domingo, 20 de marzo de 2016

“El sentido de la vida es crecer y dar frutos como una tomatera”. Claudio Naranjo

“El sentido de la vida es crecer y dar frutos como una tomatera”. Claudio Naranjo

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Claudio Naranjo, doctor en Medicina, psiquiatra, pionero en la psicología transpersonal
Tengo 80 años. Soy chileno. Viudo, mi único hijo murió. La política se sirve a sí misma y al mundo económico. En el fondo lo que hay es juego, es ganar, ese es el espíritu del poder. Las religiones son distintos sistemas simbólicos y creo que se trata de un camino personal.
Sabiduría individual
Psiquiatra, investigador y buscador, ha desarrollado maneras de conocerse a uno mismo y es referente mundial en la terapia Gestalt, pionero en la psicología transpersonal y profesor de Berkeley. También ha sido aprendiz de grandes maestros espirituales. Desde finales de los años noventa ha brindado muchas conferencias sobre educación y ha influido en la transformación del sistema educativo en varios países, convencido de que nada es más esperanzador que el fomento colectivo de la sabiduría individual, la compasión y la libertad. De eso habla en su último libro,La Revolución Que Esperábamos. La Fundación Claudio Naranjo Barcelona imparte cursos para educadores.
Usted tenía un hijo…
Murió a los 11 años. Se me abrió el corazón.
¿A qué se refiere?
Di un salto espiritual, asomé la cabeza al cielo, y la tuve ahí unos tres años, en los que estuve en un retiro. Después caí rudamente.
¿Cuánto duró la caída?
Unos treinta años. Había abierto una escuela (en la década de los setenta) donde impartía un proceso de autoconocimiento, el programa SAT, que fue muy exitoso. Pero empecé a perder la inspiración y decidí cerrarla. Me dediqué a refinar, pasándolo por el intelecto, lo aprendido de maestros muy elevados.
Pasados veinte años reabrió su escuela.
Sí, con un programa integral de formación para terapeutas. El contacto con la gente me enseñó que podía más de lo que creía aun sin esa inspiración que veinte años atrás me hizo tan brillante. Abrí el SAT a educadores, gente de empresa, y me enfoqué en sanar: autoconocimiento,  tomar contacto con uno mismo. La gente no sabe estar quieta, decía Pascal, y es cierto.
¿De qué estamos enfermos?
De habernos perdido a nosotros mismos, de estar respondiendo a voces y a órdenes que no son las propias, de no saber nutrirnos de la vida en nosotros.
Esto que ha dicho es difícil…
Entrar en el presente y reconocerse: existo, soy. El  vacío de nosotros mismos nos lleva a vampirizar a otros en busca de amor, de aplausos, de placer…
¿No se libra nadie?
Todos tenemos una necesidad neurótica, para unos es la intensidad, para otros la ambición o el miedo al dolor… La escuela se ocupa de que uno no tenga tiempo de estar consigo mismo, de que se olvide de sí mismo y que no diga lo que realmente le pasa.
Y usted ¿qué enseña?
Tres formas del amor y tres de conocimiento. El amor al prójimo; el amor a los valores: belleza, verdad, todo eso que se ha perdido. El sistema de notas tiene mucho que ver. No se aprende por amor al conocimiento, por curiosidad, sino por el triunfo de la buena nota, de estar entre los considerados listos.
Nos queda el tercer amor.
El goce. Desde muy niños anteponemos el deber al placer. Todo pasa por un filtro de excesivo control y perdemos la capacidad de entrega. Somos seres domesticados.
Seres culturales, no me parece tan mal.
Tener una mirada neutra, de desapego, nos da una fuerza superior que pone las cosas en orden, integra los opuestos.
¿Cómo se llevan el desapego y la parte animal, la instintiva?
Son compatibles. El perro furioso no tiene apego por su vida, por eso tiene coraje. La fuerza de la vida es desapegada y para entregarse al río de la vida hay que desapegarse de uno mismo, de sus ilusiones, de sus cálculos. La generosidad es darse, y en eso hay un fondo de renuncia, uno confía en la vida. Estar en paz requiere ese desapego.
¿Y el desapego se enseña?
Tenemos una educación perversa en sus efectos. Los niños van perdiendo originalidad, libertad, nos vamos encogiendo a medida que crecemos.
¿Cuál es el error?
Educar es acompañar en el proceso de descubrimiento y crecimientoinyectarles cosas prefabricadas (prejuicios, dogmas, respuesta) sirve para tener profesionales, pero no buenos seres humanos. La educación sin su aspecto humano, como mero mecanismo de transmisión de información, deshumaniza, les roba la vida a los jóvenes.
Así llegamos a una sociedad que trabaja sólo por dinero y las mejores energías del mundo se pierden porque no existe el concepto de vocación; hay que ayudar a descubrir a cada niño qué tesoro trae al mundo.
No es tarea fácil.
Me parece discutible la jerarquización de las materias, ¿Por qué la ciencia es más importante que el arte? Más valdría que nos ocupásemos en seguir a cada niño para ayudarlo a hacer aquello para lo que nació; así se aprovecharían las energías de la naturaleza humana y tendríamos un mundo mejor.
La base de su vida ha sido comprender quiénes somos.
Somos misterio, tenemos una profundidad insondable con la que hemos perdido contacto por la vida tan superficial que llevamos. Al ser humano no lo conocemos, y me parece que tiene diversas dimensiones.
¿Aquí y ahora?
El ahora está hecho de sensaciones, emociones, pero potencialmente podemos sentir la propia existencia, aunque cuando lo intentamos descubrimos que estamos vacíos. Es como si nos hubieran robado el alma. Y nos hemos vuelto vampiros, seres necesitados de llenarnos con lo que nos ofrecen el mercado y las personas. El sentido de la vida es crecer y dar frutos como una tomatera.
Hay que tratar de ser auténtico y más amoroso. Recuperar la conciencia del presente y conocerse. Si uno no entiende la propia vida, está parasitado por los problemas de la propia vida.
Entrevista relizada por LA VANGUARDIA. La Contra

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