sábado, 10 de febrero de 2018

UNA PAUSA OBLIDAGA

De las pausas obligadas uno aprende a mirarse.
A tenerse, a abrir los brazos mejor.
Aprende a oírse con atención,
a hacer inventarios,
a soltar lo que sobrabra y pesaba en la espalda.
A anudar más cerquita del corazón con lo importante;
los abrazos eternos, los te quieros sinceros,
la gente alegre, los que estuvieron cuando todo era desastre,
los que dieron las manos, los brazos, los pies...
los que sostuvieron el corazón cansado.
De las pausas obligadas uno aprende a calmarse,
a tomarse las cosas con paciencia.
Aprende a esperar, a caminar más lento.
A admirar lo que antes pasaba inadvertido.
A hacer lo que nunca se imaginó que se haría.
Aprende a aferrarse a lo que se tiene dentro;
la fe, la esperanza, el amor.
A cantar más alto, a leer mejor las miradas,
a sonreír porque sí,
 a llorar con lo que lloran
a gastar la vida de la mejor manera, viviéndola.
De las pausas obligadas uno no sale siendo el mismo.
Aprende a valorar, a amar, a extrañar.
No desde el sufrimiento o del dolor, sino desde la esperanza.
Desde la valentía de ponerse de pie y asegurar que todo estará bien.
A descobijar las lecciones, a sacarlas por debajo de los escombros...
a descubrirlas en el día a día; repasando la historia, creando otras nuevas.
Aprende que las pausas que abruptamente nos cortan el vuelo,
nos detienen en el camino y nos enmudecen,
sirven y sirven muchísimo.
Aunque al comienzo no se entiendan...
aunque los pies anden cansados y el aire falte en ocasiones.
Aunque alrededor todo sea desorden, oscuridad, preguntas sin respuestas.
Uno aprende a dar gracias por todo y eso es suficiente para salir airoso
- y siendo otro- de las pausas obligadas.
- M. Sierra Villanueva


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